Un día quedé
con mis amigos para ir al bosque. Cuando llegamos me di cuenta de que
me encontraba solo. Me había perdido y no conseguía encontrarlos.
En un momento determinado vi dos
luces brillar que se encendieron y se apagaron. Me acerqué. No me lo
podía creer, era un árbol con ojos. Le pregunté si era un árbol
de verdad, y me contestó que sí. No salía de mi asombro, no
entendía como un árbol podía andar y hablar. Me explicó que era
posible porque era el árbol de las maravillas y podía hacer que se
cumplieran mis deseos. Me quedé estupefacto al oírlo y deseé con
todas mis fuerzas estar con mis amigos. Al instante, sin saber como, aparecí en otro
lugar del bosque. Allí estaban todos, buscándome. Les conté lo que
me había ocurrido y decidimos ir hasta donde estaba aquel árbol
maravilloso.
Les conté que era diferente a los
demás. Su tronco era de color turquesa muy rugoso, con tiras
plateadas y un diámetro tan ancho, que no lo podríamos abrazar
entre todos juntos.
Tenía por ojos dos faros con dos
círculos negros en el centro, que abría y cerraba lentamente. Solo
tenía cinco ramas, pero eran muy gruesas y de ellas salían multitud
de ramitas de cristal y hojas de mil colores diferentes. Las raíces
se veían por encima de la tierra y con ellas podía moverse de un
sitio a otro, como si fueran sus pies.
Lo buscamos y buscamos pero nunca lo
encontramos. Me dijeron que quizás fue obra de mi imaginación Al
cabo de los años volví a buscarlo pero no lo encontré. A pesar
ello yo sé que en algún lugar del bosque se encuentra el árbol de
las maravillas.
Pablo Murcia López
Sexto curso
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