Hace muchísimos años el padre de mi abuelo plantó un árbol precioso cuyas hojas de eran de color anaranjado. El tiempo pasó y el árbol siempre estaba igual que cuando lo plantaron. Por ello, toda la familia empezó a llamarle el árbol que nunca crecía.
El tiempo fue pasando. Todos los primos nos hacíamos fotos junto a él cuando llegaba Navidad.
Los días que iba a casa de mi abuelo, me asomaba a la ventana y me quedaba fijamente mirando el árbol para observar como crecía, pero en verdad... nunca lo vi crecer.
Mi primo José, el mayor de todos pero también el más inmaduro, metía miedo a los primos más pequeños. Ellos se atemorizaban porque les decía que aquel árbol estaba encantado por el diablo y por eso nunca crecía.
Un día, los empleados del ayuntamiento vinieron a casa para que se quitase el árbol de allí porque iban a hacer una urbanización al lado. Mi abuelo le tenía mucho cariño y luchó hasta que pudo conseguir que no lo arrancasen. El árbol era muy importante para él. Por esa razón cuando veía que los traviesos de mis primos le hacían algo se enfadaba con ellos.
Hace siete meses, mi abuelo lo regó con agua y un perfume que guardaba de su padre. El árbol empezó a crecer y crecer. Nos quedamos todos asombrados y empezamos a creer que tenía sentimientos.
Un terrible y oscuro día de nubes furiosas, mi abuelo falleció. Al instante aquel precioso árbol se secó y cayó rendido en el jardín. Todos pensamos que aquel era el árbol de la vida.
ÁNGELES PONCE PENALVA
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