Abrí los ojos. Todo se volvió negro. Divisé dos líneas curvas
violetas dibujadas en cuatro paredes. Escuché una voz potente pero a
la vez cariñosa. Enseguida la reconocí, era la voz de mi abuelo
recientemente fallecido. Me sorprendí a la vez que una extraña
sensación recorrió todo mi cuerpo. ¿Emoción?... podía ser,
llevaba dos semanas sin verle. ¿Abuelo?, le llamé. Escuchaba su voz
de fondo pero no lograba entenderlo. ¿Abuelo?... volví a llamar.
Corrí hacia la dirección en la que me orientaba su voz, empeñando
todas mis fuerzas para llegar hasta él. Quería abrazarle, decirle
lo mucho que le echaba de menos, quería verle, ver su sonrisa, que
me hiciera reír a carcajadas mientras me hacía el caballito. Corrí
con todo mi ser... pero todo, todo era negro y espeluznante en aquel
lugar. ¿Abuelo, dónde estás?, llamé desesperada con las lágrimas
brotando desde mis ojos marrones. Pero nada, no lograba entenderlo.
De repente, algo me deslumbró. Centré la vista en ello pero no
conseguía saber que era. Me acerqué hacia aquella luz que me
atraía. Sentía... sabía que era mi abuelo. Cuando iba a adentrarme
en ella, un rayo de sol alumbrando mi cara me despertó...
Todo había sido un sueño... un sueño que nunca podré olvidar.
ANA GASCÓN LÓPEZ
Sexto curso
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